1. La finitud
Todo tiene un final, todo se acaba…
Hablar de la muerte con los más pequeños sigue siendo, para muchos adultos, un terreno incómodo que preferimos rodear antes que transitar. Sin embargo, la muerte es tan parte de la vida como el nacimiento y negar su presencia solo aumenta el misterio y el miedo que la rodean. Desde las primeras preguntas —"¿Por qué ya no viene el abuelo?"— hasta las dudas existenciales de la adolescencia, los niños construyen su propia idea de la finitud apoyándose en las reacciones y explicaciones de quienes les cuidamos.
Este artículo pretende un doble propósito: ofrecer a padres y docentes claves basadas en la evidencia para acompañar el duelo infantil, y proporcionar a los más pequeños unos relatos que transformen la pérdida en algo comprensible y lleno de significado. Abordaremos cómo responder a sus preguntas con honestidad y ternura, y qué recursos narrativos facilitan la gestión emocional en la infancia. Porque al dar palabras, rituales y tiempo al duelo, no solo protegemos a los niños del sufrimiento innecesario: también les enseñamos que el amor persiste más allá de la ausencia.
2. La muerte: cuando el adiós duele
“Mamá, ¿tú te vas a morir?”
Sabemos que la curiosidad de los niños en infinita. El tema de la muerte les suscita mucho interés y les lleva a hacerse (y hacernos) muchas preguntas, porque los adultos tendemos a dar pocas explicaciones, a veces, por no saber qué decirles.
Estas dudas —y otras muchas— no dependen sólo de haber vivido un duelo. El niño no necesita experimentar una pérdida para empezar a cuestionarse la muerte; la curiosidad propia de su desarrollo basta para que surjan esas preguntas.
Los menores perciben la inquietud que la muerte provoca en los adultos y, al notar nuestra reacción, su interés se intensifica. Así, formulan preguntas una y otra vez: a veces porque el tema nos incomoda o lo eludimos, otras porque conecta con emociones ligadas a la pérdida. Con el paso del tiempo y a medida que incorporan información veraz y adecuada a su edad, su concepto de la muerte evoluciona hasta convertirse en una comprensión propia de la adultez.
La muerte es un hecho ineludible que forma parte de la vida.
La muerte genera gran ansiedad y, para protegernos del dolor, los adultos tendemos a retrasar las explicaciones o a suavizarlas. Sin embargo, cada etapa evolutiva plantea preguntas concretas que necesitan respuestas claras y ajustadas a la edad. Cuando los niños perciben nuestra angustia, pueden dejar de preguntar: entienden que “si a mamá o papá le cambia la cara, debe de ser algo muy malo de lo que no se habla”. Ese silencio hace que completen los datos sueltos que oyen con fantasías propias, construyendo ideas confusas o distorsionadas sobre la muerte. Y no queremos que nuestros pequeños se asienten sobre ideas tergiversadas de la muerte, por eso es esencial ofrecer explicaciones sencillas, veraces y coherentes con su nivel de desarrollo, de modo que el miedo se transforme en comprensión y la imaginación no llene los vacíos con temores aún mayores.
Reflexionar sobre la muerte y las pérdidas que conlleva nos provoca tristeza, y con frecuencia intentamos proteger a los niños de esa sensación. Cuando ocurre un fallecimiento y estamos angustiados, sentimos que no tenemos respuestas adecuadas para sus dudas; nuestras explicaciones se ven impregnadas de nuestro propio temor y preferimos evitarlas. Suponemos que ocultarles la muerte, a los difuntos y todo lo que los rodea los librará del miedo y la inquietud. Creemos, de forma equivocada, que exponerles a la “dureza” de la muerte podría causarles un trauma. Por eso nos apoyamos en excusas como “es muy pequeño”, “no lo entenderá” o “puede ser traumático”, olvidando que la muerte es tan real como la vida y que, tarde o temprano, tendrán que afrontarla.
3. Los principales problemas al abordar el tema de la muerte con los niños
4. El velatorio “de toda la vida”
En la España de los años 80, la muerte todavía entraba en casa. Cuando alguien fallecía, los vecinos se acercaban sin avisar: cruzaban el zaguán y encontraban el salón transformado en capilla improvisada. Sobre dos caballetes reposaba el féretro, las manos del difunto entrelazadas con un rosario; a cada lado, cirios que chisporroteaban y el crucifijo familiar presidiendo la escena. Las mujeres permanecían cerca del cuerpo, murmurando misterios del rosario, que rezaban casi a cada hora; los hombres iban y venían, acomodaban sillas, despachaban asuntos del entierro y trajinaban con platillos de pastas, café recién hecho y un chorrito de anís para templar la madrugada.
El velorio era, a la vez, vigilia y tertulia: se rezaba, se contaban anécdotas del finado, se comentaban las últimas cosechas o el partido del domingo; todo en un mismo hilo que tejía comunidad. A veces alguien cubría los espejos con sábanas y paraba el reloj en la hora exacta del último latido, convencido de frenar así el tiempo para el alma.
Pero fuera de ese microcosmos doméstico, el país cambiaba. En las ciudades empezaban a levantarse tanatorios —salas blancas, climatizadas— donde la funeraria se ocupaba de lavar y vestir al difunto y de mantener el féretro a temperatura constante. Poco a poco esas salas fueron sustituyendo la casa: el duelo se hizo horario de oficina, el café se sirvió en máquinas automáticas y los viejos remedios de hielo bajo el ataúd quedaron para la anécdota. Al delegar la preparación del cuerpo y el espacio de reunión en profesionales, también se diluyó el saber popular que había pasado de abuelas a nietas. Así, el velatorio doméstico se fue apagando, igual que los cirios que, antaño, iluminaban la última noche del difunto en su propio hogar.
Y así comenzó el tabú.
5. ¿Qué decir?, ¿qué hacer?
Cuando nos encontramos en nuestro propio duelo, cuando transitamos la gestión de la pérdida en nuestro interior, cuesta asumir la gestión del dolor en el otro, y más si se trata de los pequeños de la familia. Debemos integrar que aquí cada ser hará su propia gestión del duelo, y en cada uno será diferente. No debemos evitar contar la noticia porque sabemos que nos pondremos a llorar. Las emociones no se deben ocultar, se deben caminar mirándolas y afrontándolas.
5.1. El proceso
5.2. Qué decirles según la edad
Lo más recomendable es usar un lenguaje claro, directo y concreto; se trata de evitar florituras y adornos innecesarios.
El pensamiento mágico infantil hace que si le hablamos con metáforas y eufemismos, se los tomen al pie de la letra, así que descartaremos frases como:
- “El abuelo está en un lugar mejor”
- “Se ha ido”
- “Nos cuida desde el cielo”
La mejor respuesta es siempre la que se da con honestidad y sencillez; aclarando cada duda para que no crezcan sus miedos ni se confundan. Si no sabemos algo, lo más sensato es reconocérselo: “No lo sé, no puedo contestarte a cosas que yo tampoco sé”, en vez dar explicaciones imaginarias o incluso contradictorias.
5.2.1. Niños de 3 a 6 años
5.2.2. Niños de 6 a 10 años
6. Las 5 fases del duelo: la teoría de Elisabeth Kübler-Ross
La psiquiatra suiza Elisabeth Kübler-Ross publicó en 1969 el libro “On death and dying” (“Sobre la muerte y el morir”), en el que describió por primera vez las 5 fases del duelo. Para ello se basó en su trabajo con pacientes terminales en la Universidad de Chicago.
El modelo de Kübler-Ross divide el duelo en 5 etapas que tienen lugar de forma sucesiva; no obstante, años después insistió en que el proceso de duelo no es tan lineal y rígido.
Según afirma la autora “sobre la muerte y el morir”, en primer lugar pasamos por la fase de negación y después por la de ira, la de negociación, la de depresión y, finalmente, la de aceptación de la pérdida. Para memorizarlas puede ser útil el acrónimo “NINDA”.
6.1. Negación
La negación de la pérdida es una reacción que se produce de forma muy habitual inmediatamente después de ésta, con frecuencia aparejada a un estado de shock o embotamiento emocional e incluso cognitivo.
Aunque en ocasiones esta fase del duelo implica estrictamente la negación de la pérdida, esto no siempre sucede sino que puede manifestarse de un modo más difuso o abstracto. Así, por ejemplo, se puede dar una negación de la importancia de la pérdida o de su carácter definitivo más que del hecho de que se haya producido.
6.2. Ira
El fin de la negación va asociado a sentimientos de frustración y de impotencia con respecto a la propia capacidad de modificar las consecuencias de la pérdida. Dicha frustración conlleva a su vez la aparición de enfado y de ira, como sucede en general y no sólo durante el duelo.
Durante la etapa de ira la persona busca atribuir la culpa de la pérdida a algún factor, como puede ser otra persona o incluso uno mismo. El proceso de duelo implica la superación de la frustración y del enfado, que se relacionan con intentos psicológicos naturales pero fútiles de que nuestro estado emocional y nuestro contexto se mantengan iguales que antes de la pérdida.
6.3. Negociación
En la fase de negociación la persona guarda la esperanza de que nada cambie y de que puede influir de algún modo en la situación. Un ejemplo típico son los pacientes a quienes se les diagnostica una enfermedad terminal e intentan explorar opciones de tratamiento a pesar de saber que no existe cura posible, o quienes creen que podrán volver con su pareja si empiezan a comportarse de otra manera.
6.4. Depresión
La cuarta etapa del modelo de Kübler-Ross sobre el duelo es la de depresión. En este periodo la persona empieza a asumir de forma definitiva la realidad de la pérdida, y ello genera sentimientos de tristeza y de desesperanza junto con otros síntomas típicos de los estados depresivos, como el aislamiento social o la falta de motivación.
El hecho de perder a un ser querido, de enfrentarse a la propia muerte y otras causas del duelo puede hacer que la vida deje de tener sentido para nosotros, al menos durante un tiempo. No obstante, la fase de aceptación supone la normalización de estos sentimientos de tristeza tan naturales.
6.5. Aceptación
Después de las fases de negación, ira, negociación y depresión llega la aceptación de la pérdida y la llegada de un estado de calma asociado a la comprensión de que la muerte y otras pérdidas son fenómenos naturales en la vida humana.
La fase de aceptación se relaciona con la inevitabilidad de la pérdida, y por tanto del proceso de duelo. En los casos en que el duelo es debido a una enfermedad terminal suelen darse reflexiones con respecto a la propia vida, vista en retrospectiva una vez se acerca el final.
Consulta con un psicólogo si te cuesta la aceptación de la pérdida.
7. Cuentos para gestionar el duelo por la muerte
Para niños de entre 3 y 6 años:
Para niños de entre 4 y 10 años:
8. Cierre
Y al final del día, cuando las preguntas se adormecen y el corazón de un niño busca cobijo, basta con nuestra voz suave diciendo: “Aquí estoy… y aquí seguirá el amor”. Porque la ternura —ese lenguaje que no necesita palabras— cose las grietas de la pérdida y recuerda a los pequeños que, aunque alguien ya no esté, el vínculo permanece latiendo en cada recuerdo compartido, en cada risa que regresa, en cada abrazo que nos encuentra.
Trata todo lo que tengas como si fuera una porcelana preciosa porque algún día desaparecerá Diana Bradley
9. Bibliografía
A todas esas almas que ya decidieron volar a la luz, vuestro recuerdo sigue vivo en nuestros corazones Nieves Lara
🙏🏽 Gracias por tu compromiso en el acompañamiento a tus hijos.
Contenido bajo
Licencia
4.0