1. Crecer en presencia
En la vida de un niño suceden cosas enormes dentro de cuerpos diminutos: se enfadan “a lo grande”, aman “a lo grande”, tienen miedo “a lo grande”. Todo es intenso, nuevo y, muchas veces, un poco desbordante. Ellos todavía no tienen palabras para explicarlo, ni estrategias para calmarse solos, ni perspectiva para relativizar. Por eso, más que una madre o un padre perfectos, lo que necesitan son adultos presentes, que se dejen ver, que se dejen sentir, que estén disponibles y sean suficientemente coherentes como para que el niño pueda apoyarse en ellos.
La crianza no va de saberse todas las teorías ni de llevarlo todo al día como si fuera una lista de tareas. Va, sobre todo, de darse cuenta: de cómo estoy yo hoy, con mi cansancio, mis prisas, mis alegrías; de cómo está mi hijo, con su mundo interno a medio estrenar; de qué está ocurriendo entre los dos en este momento concreto… y de preguntarnos qué necesitamos para cuidarnos mejor. A veces será poner un límite con firmeza, otras agacharnos para dar un abrazo, otras parar y decir “hasta aquí llego, necesito ayuda”.
En este artículo hablaremos de papá y mamá como roles, más que como personas concretas: esos lugares que pueden ocupar diferentes figuras cuidadoras y que sostienen, nutren, acompañan y ponen marco a la vida de un niño. Veremos qué necesitan los niños en estas edades infantiles para crecer con una base más segura, qué sucede cuando esas necesidades no pueden ser atendidas y qué huellas puede dejar eso en la forma de relacionarse en la vida adulta. Miraremos también al matrimonio o a la pareja, y al papel de los hermanos, como partes de un mismo sistema familiar donde todo está conectado: lo que pasa entre los adultos también llega, de alguna forma, al corazón de los peques.
Si pudiéramos ver con claridad cómo la infancia se cuela en la vida adulta —en nuestras parejas, en nuestra forma de tratarnos, en la manera de poner límites, de pedir ayuda o de amar—, entenderíamos la crianza como lo que realmente es: uno de los actos de amor más grandes, profundos y valientes que puede emprender una persona.
No se trata de hacerlo perfecto, sino de atrevernos a estar presentes mientras acompañamos a esos cuerpos pequeños donde, cada día, pasan cosas muy grandes.
2. Papá
La clave de la relación con papá
Aunque a menudo se habla más de la relación con mamá, el lazo con nuestro padre es fundamental para poder sentirnos seguros, aceptar la vida y desarrollarnos como individuos.
El padre tiene un papel crucial: es la figura que nos anima a dejar la comodidad del hogar para ir a descubrir el mundo exterior. Su rol es darnos la seguridad y la confianza necesarias para explorar, mostrar nuestros talentos y permitir que nuestra verdadera personalidad florezca.
2.1. Si el vínculo con papá fue difícil (La “herida paterna”)
Cuando la figura paterna no cumple bien su rol, esto deja una marca profunda en nuestra forma de ser y de relacionarnos:
| Tipo de Padre | Descripción Sencilla | Consecuencia Emocional |
|---|---|---|
| Padre Ausente | No está físicamente, o está pero se siente lejano, distraído o siempre ocupado con el trabajo/deberes. | Se siente un vacío, una falta de apoyo emocional clave. |
| Padre Frío o Exigente | Es duro, crítico, pone expectativas muy altas o le cuesta mostrar afecto. | Nos sentimos rechazados, inseguros, o que nunca somos “suficientemente buenos”. |
| Padre Violento/Tóxico | Su presencia genera miedo, agresión o drama. | Tememos usar nuestra propia fuerza y poder personal (nuestra “energía masculina”), porque la asociamos con algo destructivo. Esto puede llevarnos a ser muy débiles o, por el contrario, a explotar sin control. |
2.2. Cómo nos afecta de adultos
Las heridas de esta relación se manifiestan en la edad adulta de varias formas:
- Búsqueda externa de aprobación: Necesitamos que otros (especialmente jefes, figuras de autoridad o parejas) nos digan constantemente que valemos o que estamos haciendo las cosas bien.
- Confusión total: Nos cuesta mucho saber quiénes somos realmente y qué queremos hacer con nuestra vida.
- Miedo a ser auténtico/a: Evitamos mostrarnos tal como somos por miedo a que nos critiquen, nos rechacen o nos dejen.
- Problemas de autoestima: Sentimos que valemos poco, por lo que buscamos validación constante. O, al revés, intentamos llamar la atención excesivamente.
- Vivir una farsa: Creamos una identidad falsa basada en lo que pensamos que nuestro padre (o la sociedad) esperaba de nosotros, en lugar de vivir según nuestra verdadera esencia.
- Enojo que bloquea: Guardamos mucha rabia y resentimiento hacia el padre. Aunque esto es una defensa, nos impide acceder a nuestra propia energía, poder y alegría de vivir.
2.3. La sanación
Dejar ir para avanzar. Sanar esta herida significa dejar de culpar al padre y, en su lugar, tomar la responsabilidad de nuestra propia luz y fuerza interna.
- Aceptar el aprendizaje: Entender que la relación que tuvimos, aunque dolorosa, fue una especie de “lección de vida” que nos enseñó algo sobre nuestra propia fuerza interior. El objetivo es superar ese dolor inicial y encontrarle el sentido a esa experiencia.
- Liberar el enfado: Darnos cuenta de que seguir enfadados con papá nos ata a esa historia e impide que seamos libres y que vivamos plenamente.
- Dejar de proyectar: A veces, las cosas que más nos molestan de nuestro padre son en realidad rasgos o miedos nuestros que no queremos reconocer. Dejar de echarle toda la culpa nos ayuda a aceptarnos completamente.
- Conectar con la esencia: El objetivo final es reconectar con nuestra verdad más profunda, con esa fuerza, esa belleza y esa sabiduría interior que nos da sustento y nos dice quiénes somos de verdad.
3. Mamá
La Importancia del vínculo con mamá
Este apartado se basa en la influencia decisiva de la relación madre-hijo/a en la vida adulta y cómo podemos sanar las marcas emocionales de la infancia.
3.1. La huella de la infancia
La forma en que un niño se conecta emocionalmente con su madre (o figura principal de cuidado) es uno de los temas más importantes de su vida. Estas experiencias tempranas con mamá son el molde que, sin darnos cuenta, usamos de adultos:
- Marcan nuestras relaciones: Definen cómo nos relacionamos con nuestra pareja, amigos y compañeros de trabajo.
- Afectan la confianza: Influyen en nuestra seguridad personal y en la capacidad de sentirnos cómodos en el mundo.
- Generan patrones: Los miedos, la sensación de abandono, la soledad o la rabia que sentimos de adultos suelen ser la repetición inconsciente de cómo experimentamos el amor o el conflicto con mamá en casa. Buscamos (sin saberlo) situaciones y personas que nos hagan sentir esas mismas emociones.
- El primer refugio: La madre representa nuestra primera sensación de nutrición, protección y seguridad en el mundo. La calidad de este primer refugio es vital.
3.2. El camino hacia la madurez emocional
Para convertirnos en adultos plenos y no seguir repitiendo esos patrones, es necesario un proceso de maduración emocional. Esto no significa romper con mamá, sino transformar la relación con ella a nivel interno:
- Dejar de esperar: Dejar de esperar que mamá (o nuestra pareja, o nuestro jefe) cambie para que finalmente sea la persona que necesitábamos en la infancia. Aceptar a nuestra madre como un ser humano con sus propias limitaciones.
- Asumir la responsabilidad: El adulto debe dejar de culpar a la madre por las carencias del pasado. La necesidad de ser cuidados y nutridos debe ser autogestionada.
- Aprender a cuidarnos: El objetivo de la sanación es “ser nuestra propia mamá” (maternarnos). Esto significa aprender a darnos a nosotros mismos la contención, la seguridad y el amor que, de niños, esperábamos completamente de ella. De esta manera, dejamos de buscar desesperadamente ese apoyo en el exterior (a través de adicciones, trabajo excesivo o relaciones dependientes).
Nota para padres
Comprender esto nos ayuda a darnos cuenta de que la forma en que nos relacionamos con nuestros propios hijos hoy tendrá un impacto duradero en su vida adulta.
4. Papá y mamá: el equilibrio
En el concepto taoísta del Yin y el Yang, que describe la dualidad y complementariedad de todo en el universo:
5. Claves para entender la crianza
Todo cuanto hacemos o decimos deja una huella en los niños, debemos pensar en ellos como si de un lienzo en blanco se tratara, con cada palabra, cada respuesta, cada gesto hacia ellos, su lienzo se llena de información, de nosotros depende que sea un lienzo bonito y equilibrado.
- Contacto. Es la forma en que nos encontramos con el niño: miradas, palabras, caricias, límites. Interesa que el contacto sea vivo, auténtico, no automático.
- Darse cuenta. Notar qué siento, qué necesito y qué pasa en la relación. “Me doy cuenta de que estoy cansada y me estoy impacientando con tu rabieta”.
- Responsabilidad. Yo, el adulto, soy responsable de mis reacciones; el niño no es culpable de mi grito.
- Figura y fondo. Lo que más necesita el niño en cada momento debe poder “destacarse” (figura) sobre el resto de cosas (fondo). Por ejemplo, en un momento de miedo, lo importante no es la hora, ni las prisas, sino su necesidad de seguridad. Validaremos su emoción: “es normal sentir miedo”, y después intentaremos calmarle: “¿quieres que te de un abrazo y me quede un ratito contigo?”
6. Cómo necesita un hijo que actúe papá
Cuando hablamos de “papá” hablamos de una figura que aporta, sobre todo:
- Presencia firme y cariñosa
Un papá que se deja ver: juega, se agacha a su altura, le mira a los ojos, se interesa de verdad por lo que cuenta (aunque sea el dinosaurio número 57 del día). - Límites claros, pero no humillantes
“Esto no lo permito” puede ir junto a “sigo aquí contigo aunque estés enfadado”. El límite protege la relación, no castiga al niño. - Modelo de gestión emocional
Papá también se frustra, se cansa, se equivoca… y lo muestra sin destruir: “He gritado, no me gusta haberlo hecho, lo siento, voy a intentarlo de otra manera”. - Apoyo a la autonomía
Deja que su hijo pruebe, se equivoque, suba, baje, negocie. No es el “héroe” que lo hace todo por él, sino el que confía en sus capacidades y se queda cerca por si necesita ayuda. (Por eso evita decir: “te vas a caer”, “no lo vas a conseguir”, porque limita al niño, y no es verdad)
Un buen papá no es el que nunca falla, sino el que está disponible para el encuentro y se responsabiliza de sus propios límites y emociones.
7. Cómo necesita un hijo que actúe mamá
De nuevo, “mamá” es la figura que suele encarnar más la parte de nutrición emocional y cuidado cotidiano, aunque en muchas familias esto es compartido.
- Sostén afectivo
La que acoge lágrimas, miedos, rabietas, celos. Eso no significa “permitir todo”, sino reconocer la emoción: “Entiendo que estés muy enfadado, pero a la vez no voy a dejar que pegues”. - Mirada que ve al niño tal como es
No como “el bueno”, “el movido”, “el sensible”, sino como alguien cambiante. No es bueno fijar al niño en etiquetas, porque eso cierra posibilidades, y corremos el riesgo de que se genere el efecto pigmalión. - Coherencia interna
Una mamá que se escucha: “Hoy estoy saturada, necesito parar un momento antes de responder”. Cuando la madre se cuida, el niño percibe un fondo más estable. - Permiso para ser
Los niños aprenden “quiénes pueden ser” en función de lo que mamá y papá aceptan en ellos. Si mamá tolera la tristeza, el enfado, la alegría intensa, el niño integra que todas sus partes tienen un lugar.
Desde esta mirada, la madre (o quien haga de madre) ayuda a que el niño integre sus experiencias, no que las divida en “partes buenas” y “partes malas” que luego tendrá que esconder.
8. Huellas en los hijos
No hablamos de culpabilidad, sino de efectos. Cada familia hace lo que puede con los recursos que tiene. Pero es útil ver algunos patrones frecuentes:
8.1. Papá ausente (física o emocionalmente)
Puede ser un padre que no está, que está pero no se implica, o que solo aparece para regañar.
Posibles huellas en el niño / adulto:
- Dificultad para confiar en figuras de autoridad (“seguro que al final desaparecen o decepcionan”).
- Búsqueda constante de aprobación de otras figuras: profes, jefes, parejas.
- Tendencia a polarizar: o idealiza a alguien o lo desprecia, sin término medio.
Podríamos decir que queda un “asunto inconcluso” con la figura paterna: una necesidad de contacto, reconocimiento o protección que nunca terminó de completarse, y que vuelve una y otra vez en otras relaciones.
8.2. Mamá ausente (física o emocionalmente)
Cuando mamá está ausente (porque no está, o porque está pero emocionalmente se muestra “apagada, deprimida, indiferente…”), el niño siente que lo que necesita no tiene dónde apoyarse. A partir de ahí suele adaptarse como puede: algunos se vuelven demasiado buenos y no piden nada, otros se vuelven muy demandantes para que no les ignoren, y otros aparentan no necesitar a nadie.
De mayores, eso se puede notar en tres zonas:
- Autoestima y necesidades: les cuesta sentir que merecen atención y cuidado, y a veces ni saben qué necesitan.
- Relaciones: miedo al abandono, dificultad para confiar, o tendencia a elegir parejas frías/ausentes porque es “lo conocido”.
- Emociones: problemas para calmarse, para pedir ayuda y para sostener la tristeza o el enfado sin explotar o anestesiarse.
No es una condena, pero sí una herida de base: entenderla ayuda a dejar de vivirlo como “soy defectuoso” y verlo más como “me faltó algo importante, y ahora puedo ir aprendiendo a construirlo”.
8.3. Mamá que no hizo de mamá y fue cuidada por su hija (parentalización)
Aquí la niña (a veces también el niño) pasa a ser “madre de su madre”: la consuela, la cuida, la protege, escucha sus problemas de adulta.
Posibles huellas:
- Hiperresponsabilidad: “Si yo no cuido de todos, todo se desmorona”.
- Dificultad para pedir ayuda; se siente mal siendo cuidada.
- Relaciones de pareja donde repite el rol de cuidadora o salvadora.
- Dificultad para conectar con su propio disfrute y juego: de niña “creció demasiado rápido”.
Se rompe la autorregulación sana: el organismo (la familia) utiliza al niño para cubrir necesidades de los adultos, y esa figura de “niña adulta” se fija, impidiendo que otras partes (la niña que juega, descansa, se enfada) tengan lugar.
8.4. Hijo que cuida a papá (parentalización)
Aquí el hijo suele ser:
- “El hombrecito”, “mi campeón”, “el que me entiende”.
- El que acompaña, protege o incluso “salva” a papá de su propia fragilidad.
Algunos matices típicos:
- Guion de masculinidad
A los niños se les enseña que deben ser fuertes, no llorar, tirar adelante.
Si papá se apoya en el hijo (“tú eres el hombre de la casa”, “contigo sí se puede”), eso refuerza una idea de masculinidad donde:- No hay permiso para la vulnerabilidad.
- El valor propio está en proteger, rendir, aguantar.
- Carga de éxito/proveedor
El hijo puede crecer con la sensación de:- “Tengo que poder con todo”.
- “No puedo fallar a nadie”.
- “Si no estoy a la altura, no valgo”. Más tarde puede obsesionarse con trabajo, rendimiento, dinero, status, como forma de sostener ese rol.
- Dificultad para ser cuidado
Si de niño cuidó a papá, de adulto:- Le puede costar pedir ayuda.
- Puede vivir el cuidado como humillante o “de débiles”.
- Puede refugiarse en el humor, la distancia o el control para no mostrar fragilidad.
- Relación con otros hombres
A veces aparece:- Rivalidad con figuras masculinas que percibe como “fuertes”;
- O, al revés, una necesidad de complacerlas para sentir aprobación paterna eterna.
8.5. ¿Por qué se viven distinto, si el mecanismo es el mismo?
Porque no solo está el vínculo padre–hijo o madre–hija, sino también:
- El modelo de género que transmite esa figura (“así es ser hombre / mujer”);
- El lugar que la cultura ya da a niñas y niños.
En resumen, sin anestesia:
- Hija–mamá: se sobredimensiona el eje cuidar–complacer–fusionarse.
- Hijo–papá: se sobredimensiona el eje rendir–proteger–no mostrar debilidad.
En ambos casos hay pérdida de infancia, pero la “deformación” de la identidad va por carriles un poco distintos.
8.6. La parentalización cruzada (hija–papá, hijo–mamá)
Ya que estamos, lo dejo redondeado:
- Hija que cuida a papá
Puede derivar en:- Hija “parejita simbólica” de papá (“eres la única que me entiende”),
- Celos o tensión con mamá,
- Dificultad para luego elegir parejas que no necesiten ser “rescatadas”.
- Hijo que cuida a mamá
Suele sentir que debe protegerla, consolarla, “arreglarle la vida”.
De adulto puede repetir pareja con mujeres a las que tenga que salvar o sostener, o vivir a las mujeres como frágiles/necesitadas, aun cuando no lo sean.
No es novela turca, es psicodinámica básica mezclada con los ingredientes de contacto, responsabilidad y asuntos inconclusos.
8.7. Padres que se desautorizan entre sí
Por ejemplo:
- Mamá dice “no hay helado” y papá, delante del niño, dice “bah, no exageres, claro que sí”.
- Papá castiga y mamá, a espaldas de papá, levanta el castigo diciendo “es que tu padre es muy duro”.
Posibles consecuencias:
- El niño aprende a dividir: con quién puedo conseguir qué, con quién me alío para lograr lo que quiero.
- Se siente inseguro: las normas cambian según quién esté delante.
- Interioriza que el conflicto no se habla entre adultos, sino que se juega a través de él.
Como consecuencia, el niño pierde un fondo estable: el “nosotros” de mamá y papá como base segura se rompe, y el niño queda en medio, organizando la situación como puede.
9. Patrones desajustados en la vida adulta
Estos desequilibrios en la infancia no condenan a nadie, pero sí aumentan la probabilidad de ciertos patrones:
- Relaciones de pareja donde repito el rol vivido con papá o mamá (me engancho a personas ausentes, cuido a quien no se cuida, acepto desautorización).
- Dificultad para poner límites o, al contrario, rigidez extrema.
- Miedo intenso al abandono o a la dependencia.
- Tendencia a sentir culpa por pensar en las propias necesidades.
La buena noticia es que terapias como la Gestalt trabajan ayudando a la persona a darse cuenta de estos patrones, recuperar partes de sí misma que quedaron relegadas y cerrar asuntos inconclusos con las figuras parentales.
10. Ser un buen matrimonio (o pareja) delante de los hijos
No se trata de no discutir nunca, sino de cómo viven los niños el vínculo de sus padres.
Algunas orientaciones:
- Equipo delante del niño, debate en privado
Delante de los hijos: “Tu madre y yo hemos decidido…”, “Tu padre y yo hemos hablado y…”.
Si no estáis de acuerdo, se habla luego, sin usar al niño como árbitro. - Permiso para el conflicto, pero con cuidado
Discutir es humano. Lo que daña es el grito constante, el desprecio, la humillación, o meter al niño de mensajero o juez. - Coherencia básica en límites importantes
No hace falta coincidir en todo, pero sí en lo que estructura la vida del niño: seguridad, respeto, no violencia. - Cuidar la pareja como figura propia
Si en la relación de pareja solo existe la figura de “somos padres”, y nunca hay un rato para “somos pareja”, la relación se agota. Un matrimonio que se cuida ofrece un fondo mucho más seguro a los hijos.
11. Los roles de hermanos
En muchas familias aparecen roles típicos entre hermanos:
- “El responsable”, “la pequeña”, “el payaso”, “la que siempre ayuda”, “el problemático”…
Esto puede ayudar a organizar la vida familiar, pero cuando se cristaliza demasiado:
- Limita la libertad de cada niño: el “responsable” no puede fallar, el “problemático” no puede hacerlo bien.
- A veces el hermano mayor es usado como segundo padre/madre (“ya tú te encargas de tu hermano”), lo que refuerza la parentalización.
Desde una mirada ética y razonable, conviene:
- Notar cuándo estamos etiquetando y abrir espacio a la novedad: “Hoy tú, que sueles ser tan movido, has estado muy tranquilo ayudando en la mesa”.
- No usar a un hijo contra otro (“mira tu hermano cómo sí que…”). No hacer comparaciones.
- Acordar límites comunes, pero ajustarlos a la edad: no todo tiene que ser “igual”, pero sí equitativo y explicado.
Los hermanos pueden ser un laboratorio precioso para aprender a negociar, cuidar y poner límites, siempre que los adultos no anclen a cada niño en un papel fijo.
12. Claves prácticas para casa
Si salimos de la mirada más técnica, hay algo muy sencillo que puede ayudaros a las familias a aterrizar: recordar qué le está pasando al niño por dentro y qué función real tienen papá y mamá en esa etapa.
Con cuatro años, el niño vive en una especie de “tormenta preciosa”. Su cuerpo va rápido, sus emociones van todavía más rápido, y la parte del cerebro encargada de frenar, organizar y pensar antes de actuar está aún en plena obra. Por eso se enfada de golpe, llora de golpe, se entusiasma de golpe. No es que “no quiera escuchar”; muchas veces es que aún no puede regularse solo, y necesita que un adulto le “preste” regulación. Papá y mamá, en ese sentido, son como un cerebro prestado: ayudan a poner palabras, a bajar la intensidad, a sostener el “no” cuando toca, sin romper el vínculo.
Aquí entra algo muy importante: la idea de base segura. Más allá de corrientes psicológicas, hay un consenso bastante amplio en que los niños que sienten que sus padres están disponibles, que responden cuando los necesitan y que son más o menos previsibles, se atreven más en el mundo. Un niño con una base segura en casa puede ir al cole, probar cosas nuevas, separarse un rato… porque sabe que hay un lugar al que volver cuando las cosas se hacen grandes. No significa que papá y mamá estén siempre tranquilos, ni que lo hagan todo bien; significa que el niño percibe que, en general, son accesibles y se quedan, incluso cuando hay conflicto.
12.1. Gestos cotidianos
Esa base segura se construye a través de gestos muy cotidianos: un adulto que escucha cuando el niño cuenta por quinta vez lo mismo, alguien que contiene la rabieta sin ridiculizar, unos límites que más o menos se mantienen igual hoy y mañana. También a través de algo que casi nunca nos explican: la reparación. Los padres se equivocan, pierden la paciencia, gritan… la diferencia no está en nunca fallar, sino en poder decir después: “Antes te hablé fatal, no me gusta haberlo hecho, lo siento, voy a intentar hacerlo mejor”. Esa frase, que parece pequeña, le enseña al niño que las relaciones no se rompen por un error, que se pueden reparar.
Otra pieza clave para las familias de hoy es cómo se reparten papá y mamá la vida cotidiana. No sólo el juego, sino también la logística y la “carga mental”: quién se acuerda de las vacunas, de la ropa de recambio, de los cumpleaños, de las tutorías, de si hay yogures, de si aquel pantalón ya no le vale… Durante mucho tiempo se consideró “normal” que esa parte recayera casi por completo en la madre, mientras el padre se colocaba más en la zona de juego o de autoridad puntual. Eso deja a muchas madres desbordadas y a muchos padres, sin querer, en un lugar más periférico en la crianza real.
Cuando la familia empieza a entender que no se trata de que uno “ayude” al otro, sino de que ambos son responsables del cuidado, algo cambia. El padre que también piensa la merienda del día siguiente, que también contacta con el pediatra, que también sabe dónde está el chándal, no está “echando una mano”: está ocupando su lugar de figura de referencia. Y la madre que puede soltar parte de esa carga también tiene más espacio para descansar, disfrutar, y no vivir la maternidad como una carrera infinita.
12.2. Educar con el ejemplo
Todo esto se ve reforzado por la manera en que papá y mamá se tratan entre ellos. Los niños aprenden muchísimo menos de los discursos y muchísimo más de lo que ven. Cuando un niño escucha de fondo frases como “tu padre no se entera de nada” o “tu madre es una dramática”, va registrando que el desacuerdo se expresa con desprecio. Cuando ve silencios largos, puertas que se cierran de golpe, temas prohibidos, aprende que el conflicto es algo peligroso que mejor no nombrar. En cambio, cuando escucha algo como “hoy tu padre y yo hemos discutido, pero ya lo hemos hablado y nos seguimos queriendo”, o “antes te he contestado mal porque estaba nerviosa, lo siento”, está viendo otra cosa: que las personas se pueden enfadar, hablarlo y seguir cerca. Sin grandes discursos; sin practicar la ley del hielo; sin rencores ni gritos, ese teatro cotidiano es la escuela afectiva más potente que tiene.
12.3. Rutinas
La vida de casa también está hecha de ritmos y rituales, y eso, aunque suene prosaico, es un regalo enorme a los 4 años. Las rutinas de mañana y de noche, un orden más o menos estable en “qué viene después”, bajan mucha ansiedad tanto en los niños como en los adultos. No se trata de vivir con cronómetro, sino de que el niño reconozca una secuencia: primero cenamos, luego nos lavamos los dientes, luego cuento, luego dormir. Cuando el entorno es previsible, el niño no tiene que gastar tanta energía en adivinar las reglas, y puede usarla en jugar, aprender, relacionarse.
12.4. El exceso
Hay otro aspecto del que casi nadie habla en los manuales, pero que las familias sienten en la piel: el cansancio y la culpa de los padres. Vivimos épocas en las que se pide a papá y mamá que sean psicólogos, nutricionistas, animadores, expertos en educación emocional, organizadores de agenda… y que además mantengan trabajo, pareja, amigos, hobbies, forma física y buen humor. Eso no es realista. Muchos padres llegan a casa con la sensación de ir siempre tarde, de hacer poco, de fallar. Nombrar esto también ayuda: aceptar que la crianza agota, que a veces uno fantasea con escapar, que hay días de “modo supervivencia” en los que el objetivo es sólo llegar a la noche sin demasiados incendios.
En ese contexto, no es un capricho hablar de autocuidado. Un padre o una madre con algo de espacio propio —un rato de descanso, un café con calma, un paseo, la posibilidad de pedir ayuda a otros adultos, incluso apoyo terapéutico si hace falta— no está robando nada al niño; está aumentando la probabilidad de reaccionar con un poco más de paciencia y presencia. Es más saludable un adulto que a veces se retira cinco minutos para respirar y volver más centrado, que uno que se queda siempre al pie del cañón totalmente pasado de vueltas.
Y hay una práctica muy sencilla, al alcance de cualquiera, que puede transformar el clima de casa: poner palabras a lo que está pasando. No son discursos de media hora, sino frases cortas que dan contexto. Por ejemplo:
- “Estoy muy cansado y me estoy poniendo nervioso, voy a beber agua y vuelvo”.
- “Veo que estás enfadada porque no te he dejado quedarte más en el parque, da rabia, ¿verdad?”.
- “Ayer me equivoqué cuando te grité, no me gustó, hoy voy a hablarte de otra manera”.
Este tipo de mensajes hace tres cosas a la vez:
- Enseña al niño vocabulario emocional.
- Le muestra que los adultos también se revisan.
- Transmite la idea de que los vínculos no dependen de que todo salga perfecto, sino de que nos podemos hablar de lo que va pasando.
13. Conclusión
No se trata de ser madres ni padres perfectos (eso sería una receta para la culpa eterna), sino adultos capaces de:
- Estar presentes en el aquí y ahora con sus hijos.
- Mirar sus propias heridas para no volcarlas sobre ellos.
- Reconocer cuando fallan y reparar.
- Cuidar la relación de pareja y el sistema familiar en su conjunto.
Un niño no necesita un padre héroe ni una madre santa: necesita personas reales, que se muestran, que se equivocan, que piden perdón, que ponen límites, que se ríen, que lo sostienen cuando el mundo se le hace demasiado grande. El resto se va ajustando sobre la marcha.
No se trata de cumplir un manual, sino de ir afinando, poco a poco, cómo estar presentes como papá y mamá en medio de la vida real: el cansancio, las prisas, los miedos, la risa y los calcetines desparejados. Ese es el territorio donde se cocina, silenciosamente, la salud emocional de los peques.
14. Referencias

Nada dice más del alma de una sociedad que la forma en que trata a sus hijos Nelson Mandela
🙏🏽 Gracias por tu compromiso en el acompañamiento a tus hijos.
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