1. Necesito llorar

Hay nudos que solo se desatan con agua salada. Nudos que aprietan en la garganta, en el pecho, en el alma…

Las nubes no aguantan la lluvia para siempre, y el alma tampoco puede contener eternamente su propio peso. Permitirnos llorar es como dejarnos atravesar por una tormenta que anuncia la calma, la grieta por la que se escapa el dolor para que pueda entrar la luz. Es el lenguaje sin palabras del corazón cuando se siente abrumado y busca, a través de las lágrimas, un camino de regreso a sí mismo.

Pronunciamos estas palabras casi como un susurro, como si confesáramos una debilidad. Sin embargo, desde una perspectiva psicológica y biológica, esta necesidad es una de las herramientas más poderosas y sofisticadas de nuestro repertorio emocional. El llanto no es un signo de fragilidad, sino una respuesta adaptativa diseñada para liberar estrés, comunicar nuestro estado a los demás y procesar el dolor y el duelo. En una sociedad que a menudo confunde la contención con la fortaleza, hemos olvidado el propósito sanador de nuestras propias lágrimas. Es hora de desmitificar la tristeza y explorar lo que realmente sucede en nuestro cuerpo y mente cuando sentimos ese impulso incontenible de dejarlo todo salir.

Acompáñame en este viaje al epicentro de una de las emociones más humanas y necesarias: la tristeza, y descubre el poder transformador que se esconde en el simple acto de llorar.

2. La función del llanto

El llanto cumple varias funciones a la vez —fisiológicas, psicológicas y sociales— que dependen del contexto:

2.1. Protección y regulación corporal

  • Humedece y limpia el ojo (lágrimas basales/reflejas).
  • En el llanto emocional, tras una activación inicial, favorece un “bajón” autonómico (más tono parasimpático): respiración más lenta, relajación muscular y sensación de descarga.

2.2. Procesamiento psicológico

  • Señal interna de “pérdida/impotencia”: ayuda a reconocer, etiquetar y aceptar la emoción (tristeza, impotencia, ternura).
  • Facilita la re-evaluación cognitiva y el paso a conductas de cuidado/recuperación.

2.3. Comunicación y vínculo social

  • Es una señal visible/audible que activa cuidado en los demás; favorece la validación, el consuelo y la co-regulación (especialmente en infancia y en duelos).
  • En relaciones cercanas, puede aumentar empatía y cohesión.

2.4. Posible efecto antiestrés (con matices)

  • Algunas personas refieren alivio y mejor ánimo después de un rato, sobre todo si hay apoyo y se sienten en un contexto seguro.
  • No es un “lavado químico” garantizado: la reducción de cortisol no siempre aparece y no ocurre por “expulsarlo” en la lágrima, sino por la regulación neurofisiológica y social posterior.

2.5. Desarrollo y aprendizaje

  • En bebés es el canal principal para pedir ayuda.
  • En adultos, cuando se permite sin juicio, integra experiencias difíciles y puede cerrar ciclos (duelo, despedidas, logros abrumadores).

¿Cuándo suele ayudar más?

  • En contexto seguro y con alguien que valida.
  • Cuando tras llorar se atienden necesidades: descansar, pedir apoyo, poner límites, dar significado.

Señales de alerta:

  • Si el llanto es muy frecuente, impredecible, incapacitante o se acompaña de anhedonia (pérdida del interés o placer por actividades que anteriormente eran placenteras), insomnio marcado o ideas de autolesión, conviene evaluación profesional.

3. Tristeza

3.1. ¿Qué es?

Una reacción ante una pérdida o situación adversa o irrevocable de algo que se valora como importante por la que nos vemos superados. La tristeza también puede aparecer tras grandes alegrías cuya dimensión resulta excesiva para que la persona que la experimenta pueda gestionarla emocionalmente con eficacia.

Hay tres momentos en el duelo: llorar; recibir consuelo y permitirnos un espacio de soledad para poder reflexionar; restablecer el pensamiento, poner cosas en su sitio y seguir adelante.

3.2. ¿Qué nos causa tristeza?

Los desencadenantes más comunes de la tristeza suelen ser:

  • La pérdida de una persona, objeto u objetivo valioso.
  • La vivencia de una situación adversa.

Estos mismos desencadenantes son compartidos por otras emociones de cariz negativo como pueden ser la ira o la rabia. El hecho de que una persona, ante una determinada situación, experimente tristeza o rabia dependerá fundamentalmente de si considera que todavía se puede hacer algo; en cuyo caso las emociones que sentirá pueden ser ira, rabia, etc. Si, por el contrario, esa persona considera que no se puede hacer nada para mejorar la situación, entonces se sentirá realmente triste.

3.3. ¿Qué factores determinan la intensidad de esta emoción?

Es bien conocido el hecho de que ni todas las personas se ponen tristes ante una misma situación ni todas reaccionan con la misma intensidad ante estas situaciones.

Los moduladores más comunes de esta emoción son:

3.3.1. Los patrones de personalidad

Entre los patrones de personalidad, conviene saber que una persona con alto grado de neuroticismo presenta mayor probabilidad a sentirse triste, ya que este rasgo normalmente va asociado con una baja autoestima, una gran facilidad para sentirse culpable y un alto grado de exigencia consigo misma.

Por otro lado, variables cognitivas de la personalidad también influyen en la emoción de tristeza. Así, por ejemplo, una persona pesimista piensa que él o ella es el causante de todo aquello negativo que le ocurre en la vida, mientras los hechos afortunados son solo producto del azar y no tienen nada que ver con su persona.

Las personas que son especialmente rígidas, con un sentido del deber elevado, una ética y una moral exigentes, muy controladoras, tienen una facilidad asombrosa para sentir tristeza debido a que tienen poca capacidad de adaptación a los cambios; es lo que en psicología clínica se denomina personalidades melancólicas.

3.3.2. Los esquemas cognitivos

En cuanto a los esquemas cognitivos, conviene saber que cuando una persona se ve expuesta a varios acontecimientos que generan tristeza (como fracasos o ausencia de logros), llega un momento en el que se ve paralizada por el miedo, y la tristeza extrema es lo que se conoce como indefensión aprendida.

La tristeza genera errores en los procesos del pensamiento

3.3.3. El entorno sociocultural

En la infancia, la tristeza se aprende mirando cómo reaccionan los adultos y qué reglas invisibles hay en casa y en la escuela. Si un niño oye “no llores” o “eso no es para tanto”, aprende a esconder lo que siente y la tristeza se queda dentro, dando vueltas. Cuando oye “te veo triste, cuéntame”, la emoción encuentra salida y se apaga antes. Los niños no buscan soluciones perfectas; buscan una presencia que nombre lo que pasa y les preste calma.

La cultura del hogar marca el tono. En familias donde la fortaleza se confunde con silencio, la tristeza se hace más larga y a veces sale por otro lado: rabietas, quejas físicas, apatía. En hogares donde se valida sentir y se ponen palabras sencillas —“esto duele”, “es normal echar de menos”— los peques entienden que la emoción no es peligrosa. También ayuda que los adultos modelen: si un padre admite “estoy triste y voy a darme un ratito para respirar”, enseña a regular sin asustar.

La escuela y el grupo de iguales pesan mucho. Un aula con prisa por “pasar página” deja a algunos niños atrás; una que da un minuto para expresar, dibujar o hacer un gesto de cierre tras una pérdida, reduce la carga. Los cambios —mudanzas, migración, separaciones— se viven distinto según haya rituales: una carta de despedida, una foto en un lugar especial, un “primer día” acompañado. Sin esos marcos, la tristeza se queda flotando y se cuela en el rendimiento y el sueño.

El lenguaje es una herramienta clave. Cuanto más concretamos, menos se agranda el monstruo: “estás triste porque ya no ves a tu amigo en el recreo” vale más que “estás mal”. No hace falta interrogar; basta reflejar y ofrecer opciones: “¿quieres un abrazo, dibujar lo que sientes o que estemos en silencio un rato?”. Elegir da control, y el control baja la intensidad.

También importan los básicos: sueño, juego libre, rutina y luz del día. La tristeza pesa más cuando falta descanso o todo cambia cada dos por tres. Pequeñas anclas ayudan: mantener horarios, adelantar lo previsible (“hoy te recogerá la abuela”), y reservar un momento diario para conexión sin pantallas. La higiene informativa cuenta: si en casa hay ruido constante de noticias o comparaciones, el sistema nervioso del niño no descansa.

En contextos de desigualdad o estrés crónico, la tristeza a veces se camufla como “niño difícil”. Aquí la red de adultos es el regulador: una maestra que observa, un monitor que escucha, un familiar que garantiza un rato seguro. No hace falta terapia en cada caso; hace falta comunidad que sostenga con gestos pequeños y constantes.

Señales para estar atentos: tristeza que no cambia con el tiempo, aislamiento marcado, pérdida de interés por jugar, quejas somáticas repetidas (dolor de barriga/cabeza) sin causa médica clara, o comentarios de desvalía (“todo lo hago mal”). Si aparecen, se busca apoyo profesional, pero sin dramatizar: “vamos a ver a alguien que sabe de emociones, como cuando vamos al médico si te duele la barriguita”.

En resumen: en la infancia, la tristeza se regula con adultos disponibles, palabras simples, rituales pequeños y rutina estable. No se trata de quitar el dolor, sino de mostrar que puede sostenerse juntos.

3.4. ¿Para qué sirve la tristeza?

Las principales funciones de esta emoción son las siguientes:

  • Atenuar el nivel funcional de la persona.
  • Centrar la atención en uno mismo.
  • Instigar la búsqueda de apoyo social y promover la empatía por parte del entorno.
  • Facilitar la introspección y el análisis constructivo de la situación que ha generado el conflicto.

3.5. Expresión corporal de la tristeza

La cara de una persona triste se caracteriza por:

  • Elevación de la parte interior de las cejas.
  • Descenso de la comisura de los labios.
  • Ascenso de los pómulos y estrechamiento de la apertura de los párpados.
  • Inclinación de la cabeza.
  • Mirada hacia abajo.

En cuanto al resto del cuerpo, se observa una mayor lentitud del movimiento. Una de las cosas más características de las personas afligidas por la tristeza es su tono de voz, que disminuye notablemente, al igual que la fluidez verbal.

3.6. ¿Qué nos puede ayudar a aliviar la tristeza?

  • El contacto social con nuestros seres queridos. Aunque cueste, cuando nos sentimos tristes debemos “obligarnos” a rodearnos de nuestros seres queridos e interactuar con los demás. Su apoyo es fundamental para atenuar este sentimiento.
  • ¡Y con la música a todas partes! Estudios psicológicos demuestran que empezar el día con canciones alegres facilita una actitud positiva ante los acontecimientos cotidianos.
  • Y algo que siempre funciona: el abrazo apretaico de alguien que te quiera mucho.

3.7. Cuentos para trabajar e identificar la tristeza

Ya sabéis que mi preferencia a la hora de contar un cuento es tener el cuento físico en papel, que el niño lo pueda sostener en sus manos, pasar las páginas, mirar las ilustraciones y acceder a él cada vez que quiera, sin necesidad de la presencia del adulto.

Os dejo unas mini guías súper prácticas para trabajar cada cuento:

  • El monstruo de colores. Anna Llenas · Flamboyant.
    • Objetivo: identificar y nombrar la tristeza.
    • Momento clave: cuando el monstruo está azul y quieto.
    • Preguntas: “¿Dónde siente la tristeza el monstruo? ¿Y tú?”
    • Actividad 8–10 min: tarros de emociones con papel azul (arrugar y “guardar” la tristeza).
    • Cierre: “Cuando se nombre, la tristeza se calma”. Abrazo o respiración de 3 soplidos.
  • Cuando estoy triste. Trace Moroney · Ediciones SM.
    • Objetivo: reconocer señales corporales y pedir ayuda.
    • Momento clave: descripciones de sentir tristeza.
    • Preguntas: “¿Cómo se pone tu cuerpo cuando estás triste?”
    • Actividad 8–10 min: silueta en papel; colorear dónde “pesa”. Poner un sticker con “¿a quién aviso?”.
    • Cierre: ensayo corto: “Estoy triste y quiero ___”.
  • Así es mi corazón. Jo Witek · Bruño.
    • Objetivo: integrar que hay muchas emociones a la vez.
    • Momento clave: páginas del corazón con colores.
    • Preguntas: “¿Puede estar el corazón triste y contento el mismo día?”
    • Actividad 8–10 min: corazón de cartulina con solapa azul; dentro dibujar “lo que echo de menos” y “lo que me cuida”.
    • Cierre: beso a la tarjeta y guardarla en la mochila.
  • El hilo invisible. Míriam Tirado · B de Blok.
    • Objetivo: aliviar tristeza por separación/ausencia.
    • Momento clave: explicación del hilo que nos une.
    • Preguntas: “¿Con quién te une tu hilo?”
    • Actividad 8–10 min: pulseras con lana: cada vuelta dice un nombre de su red (mamá, abu, maestra).
    • Cierre: gesto de “tirar del hilo” cuando extrañe.
  • Siempre te querré, pequeñín. Debi Gliori · Timun Mas Infantil.
    • Objetivo: seguridad afectiva cuando hay enfado/tristeza.
    • Momento clave: repetición “te querré siempre”.
    • Preguntas: “¿Cambian los cariños cuando estamos tristes?”
    • Actividad 8–10 min: bote “siempre”: meter papelitos con frases de cuidado (“te abrazo”, “te espero”). Elegir una al finalizar el día.
    • Cierre: ritual breve: frase fija de la familia (“Nos queremos siempre, incluso en días nublados”).
  • Consejo de cuenta cuentos
    • Seguimiento: repetir el mismo cuento 2–3 veces a la semana; la repetición baja la intensidad. No tienen que volver a trabajar el cuento, sólo deben contárselo.

4. Cuentos para trabajar el abandono y la muerte

5. Fuentes


No hay tristeza eterna; incluso la noche más oscura tiene un amanecer Herbert Kretzmer. Musical “Los miserables”.


🙏🏽 Gracias por tu compromiso en el acompañamiento a tus hijos.


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